Gente que mira

Uno de los principales logros del capitalismo ha sido borrar de las mentes la conciencia de clase. Convertir a todo trabajador y trabajadora en un pequeño burgués en potencia.
Abolir todas las costumbres, hábitos y leyes que no permitan el juego “natural” del mercado. Sin restricciones… sin limites…
Sin ética.

Para ello, la Economía política se nutre de la ciencia describiendo a los hombres como átomos sociales en constante movimiento e impulsados por su interés individual.
Atomizar y dividir.
La validez teórica y práctica depende de lo permeables que sean las sociedades a funcionar de este modo.
La violencia estructural y simbólica del sistema, con sus disposititivos pedagógicos y medios de difusión transforman a su nuevo Frankenstein. El instrumento privilegiado del cálculo egoísta. El individuo “racional”... en el reino idealizado de la burguesía.

Ante la huelga y manifestación contra la Reforma Laboral que abarata el despido y empobrece las condiciones de trabajo. La gente, los miserables entonces, reciclados hoy en pequeños burgueses, observan la acción como si se tratara de una ficción.
La mirada lejana se cuela hiriente.
Ahogados en el prejuicio mutuo.
Lejanos al sentimiento y a aquello que nos es común.

No son las banderas, ni las siglas, ni los principios.
Lo común a la clase obrera es la Lucha contra la opresión, sólo ahí nos encontraremos.


Los piquetes no debieran exisistir.
Si quienes secundan la vaga, avisaran con antelación y fuesen coherentes no acudiendo a su puesto de trabajo.
Si los representantes sindicales no aprovechasen para coger ese mismo día asuntos personales.
Si no pretendiéramos que sean otros quienes den la cara y se la dejen machacar.
Si tuviésemos un par de huevos para decir: -Sé quien soy. Sé que defiendo.

A una sociedad que no goza de libertad le embarga la desidia. Depende de todo lo que la esclaviza, se neurotiza y sumerge en aquello que pueda controlar, los otros. La búsqueda de seguridad, por ficticia que sea, allana el camino para encontrar culpables, aunque nuestra acción sobre el entorno se reduzca a justificar y cruzar los brazos.
Una sociedad que no se piensa a sí misma, tan sólo mira y se abandona.


Mientras, podemos constatar que el dinero público se sigue invirtiendo en proteger intereses privados.


El 29 de Septiembre nos separó el egoísmo.
Nuestro EGO-ismo.
La clase obrera reciclada en pequeña burguesía con su “chacha” y televisores de plasma, aburre.
Es una sociedad que mira. Es paciente. Es sujeto y objeto. No le pasa nada. Deja que todo suceda porque siempre es tarde para hacer algo. Porque nada le sobrecoge.
Nada.
Tal vez, únicamente aquello que pueda romper el sueño y aunque sea por unos segundos devolvernos a la tierra mostrándonos la escasa credibilidad del sistema, su cada vez mayor, debilidad ideológica.

En un supermercado un piquete informativo lanzaba panfletos al aire, reclamaba el cierre del local. Dijeron Basta. Escúchame.
Una Sra. Entre tantos consumidores indignados se revolvía con violencia. Algo la devolvió a esa realidad compleja, fuera de los estantes cromáticos, tan bien ordenados, etiquetados y perfumados.
Su respuesta: -¿¿!!Es que acaso no tengo derecho a comprar??!!

Me pregunto de qué modo esta persona (que no es una excepción) ha conectado el acto de comprar con un derecho semejante a la libertad o un… “algo” universal que debiese constar en la carta de derechos fundamentales.

Tampoco fue una excepción en esta jornada.

Un manifestante se acercaba a un grupo de jugadores de petanca. La tensión subía conforme sus pasos se dirigían al espacio de juego. Poco más hizo falta. Ante la “invasión” el grupo se arremolinó contra el rojo. Todos disponían de las tópicas frases de guerrilla indolente que ahogaban al manifestante y comenzaban con el reproche, o la desidia: -“ya está todo hecho”.
Hasta llegar, como en todo grupo que se cree legitimado por su superioridad, al: -Déjalo anda!!, Deja que se valla!!.

Después de eso, que nada interrumpa el sueño cotidiano.
Nada.

Incidir en el mundo, en nuestro mundo siempre ha sido, y continúa siendo, nuestra responsabilidad.
Esta lejanía endémica con la que nos aislamos de los procesos de cambio nos sitúa en la posición de quien coloca la soga alrededor de su cuello y espera tiempos mejores.
Así, no los habrá.

Porque tenemos que trabajar.
Porque todos contribuimos a la ardua tarea de hacer comunidad.
En las manos de cada individuo, lo quiera o no, se apoya este gran proyecto al que llamamos ser humano.

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