Todo el s.XIX se caracteriza por intentos revolucionarios.
La burguesía catalana cambia con la guerra contra Napoleón. El patriciado se desvanece.
La que era la nueva burguesía a finales del sXVII y durante el s.XVIII ocupa ahora el vacío dejado por los patricios, y una nueva burguesía aparece, artesanos espabilados, especuladores de la guerra, herederos de los payeses de la plana, de los que en el siglo anterior escurrieron las marismas de la costa y del Ebro. No es una burguesía poderosa económicamente pero es activa, emprendedora, impaciente. Forma una clase media dinámica.
Pero, a medida que se crean fábricas, que los talleres se transforman en manufacturas, surge otra fuerza: La clase obrera, que los “bienpensantes” de la época llaman “Los miserables”.
Los miserables no están organizados, de momento, pero los liberales han de recurrir y así aparecen, dentro de la milicia nacional, “los batallones de la Brusa”. Más adelante disueltas las milicias aparecen los sindicatos y después algunos partidos u organizaciones obreras.
Todo el s.XIX y XX hasta el 1931 es la repetición de un mismo modelo.
Cada vez que la burguesía da un empujón para cambiar el sistema social, o incluso modificar el sistema político, ha de hacerlo no como fuerza única, porque no es lo bastante fuerte y tienen cierta timidez, lo hace en alianza tácita con la clase media y los miserables.
Pero cuando ha dado el primer empujón, la clase media y los miserables desean ir más allá. Entonces, la burguesía o nuevos patricios cambia de campo poniéndose del lado de las fuerzas del orden, es decir, las fuerzas feudales españolas. La clase media se espanta y, si bien no se pasa al enemigo, que la menosprecia, que ya no la necesita, abandona a los miserables.
Así de tanto en cuando hay un paso hacia delante.
Hoy podemos ver esta dinámica social en la campaña “Som una Nació. Nosaltres decidim” promovida por Ómnium Cultural en contra de los recortes del Estatut y en la que se utilizan pasiones e ideales nacionalistas para llevar a cabo una reforma de la que tan sólo la burguesía recibirá sus cuantiosos dividendos del pastel nacional. La clase política catalana no desea la independencia, tan sólo una mayor autogestión para mantener sus aspiraciones de clase burguesa durante, al menos otra generación.
Reivindicaciones pasionales que desatan la ira de los miserables.
El miedo a los miserables, acaba poniendo la burguesía del lado de las fuerzas contra las que se dirigió primero y neutralizando la escasa clase media que aun se posicione del lado de los miserables.
Por otro lado, es un pacto implícito.
Ahora como antes, los políticos castellanos, los del feudalismo entonces, están dispuestos siempre a jugar este juego, no por lástima a la burguesía catalana, sino porque saben que si los miserables continúan gritando y actuando, el feudalismo español acabará perdiendo la batalla. Dándoselas de protector y cobrando el precio de la protección, lo que hacen en realidad es protegerse ellos mismos y su feudalismo. Este precio consiste en no pedir lo imposible, es decir, que la burguesía catalana no empuje, sino a pedir que los empujones no sean nunca lo suficientemente fuertes para desestructurar el sistema.
1 comentarios:
Pues sí, en este país sólo se acuerdan de los trabajadores cuando les interesa sacar votos, y poco más. Ahora que se acerca una huelga general los miserables como tu les llamas serán los más odiados y no tendrán ninguna razón para hacer lo que hacen.... claro porque una huelga les toca el bolsillo a los que mandan..... pero pueden estar tranquilos en noviembre hay elecciones y entonces se volverán a acordar de ellos.
un abrazo.
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