Nos hemos dado una vuelta por una Escuela Democrática, una UEC y un EBE.
De cada fórmula surge su Frakenstein particular.
Al final, el asunto es que no hay SISTEMA, ni dogma, ni recetas. Tan sólo hábitos sacralizados, legitimados y fundamentados a partir de su práctica, con del respaldo de grupos con poder económico y político. Imponiendo una autoridad institucional que pretende ser moral.
No quisiera que de esto se extraiga el “Nada existe” o “Más de lo mismo”. Todo lo contrario, lo que digo es que hay mucho por hacer. Y ya toca.
Cierto que la E. Democrática es voluntaria, la UEC también pero a partir de la derivación del menor y como única recomendación asequible. Los EBE son para “los otros”.
Sin embargo, la línea que los separa es muy fina.
Las soluciones no están en cambiar a la gente para cambiar la sociedad, ni en que supuestos ideólogos elaboren un cambio “in vitro”. Es más, no deberían pretenderlo.
La gente es inteligente, acoge aquello que le es útil y deja pasar lo que no. Por este motivo el cambio que sí nos incumbe pasa por otorgar sentido a nuestros pasos.
En el primer post, hablaba de una pregunta que da sentido al “Por qué” de una escuela u otra.
A la hora de “meter” a un hijo en una escuela, antes de plantearnos público, privado o concertado, me preguntaría: ¿Para qué tipo de mundo van a educar a mi hijo?
Tal vez para uno donde se refuerce la convivencia, donde la comunicación esté por encima de cualquier diferencia y nos reencontremos con aquello que nos es común.
O tal vez, para un lugar donde el menor deguste la competición por el estatus a cualquier precio, y donde se separe a personas en función de su origen y sexo…
Es una decisión importante que amueblará el espacio simbólico del niño por el resto de sus días.
Del mismo modo, podemos planteárnoslo nosotros:
Para qué tipo de mundo dirijo mis esfuerzos. Para qué tipo de país colaboro y para quién/es.
¿¡Cuándo!? Dejé de formar parte de los procesos de cambio de este lugar, y, si no va contigo...
¿Qué es lo que realmente te importa?
Tan deshonesto es instalarse en el cinismo como creernos todo un edificio de valores vacíos de contenido para justificar nuestro “no hacer nada”.
La utopía no es sacar a la luz falsos imaginarios, desenmascarar tópicos o señalar aquello que supura. La utopía es creer que ése pequeño mundo tuyo y mío, donde nos resguardamos del conflicto y nos centramos en nosotros… es real.
Esto ya es una decisión y no la podemos delegar porque desde el momento en el que se nos otorgó el primer aliento de vida… NOS PERTENECE.
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